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Mujeres

E’çkwe quiere decir colibrí, de Mónica María Mondragón

noviembre 17, 2016 by Retina Latina Dejar un comentario

La imagen inicial establece el punto de vista: el hermoso rostro de la niña llamada E’çkwe en un primer plano contundente. A continuación, cinco planos fijos sobre el techo de la habitación en la que está recostada, perspectiva que dista de ser trivial, porque la visión contiene una sensibilidad respecto de las sombras de las cortinas y del tenue movimiento de una corriente de aire generada probablemente por el ventilador, que no se ve pero sí se oye (en el principio). Todo lo que se verá de ahí en más pasará por la mirada de esa niña indígena que vive con su madre en un edificio junto con otras mujeres que trabajan como prostitutas. La escena inicial cierra con la intervención de una compañera de trabajo que establece una diferencia “higiénica” (o más bien ideológica) respecto de la madre de E’çkwe .

En menos de tres minutos, el film define sus coordenadas simbólicas y una estética precisa. La economía narrativa es notable: la prostitución y la discriminación organizan conceptualmente el conjunto, la sensibilidad de la niña define el punto de vista. A partir de ahí, Mondragón se atiene a seguir algunos actos cotidianos que tienen lugar en el recinto hasta la llegada de la noche, momento en el que las chicas (y no tan chicas) empiezan su trabajo. La mayor dramaticidad adviene cuando E’çkwe pueda entender mejor los pormenores del oficio de su madre, secuencia resuelta con gran elegancia apelando a un “heterodoxo” o “natural” fundido.

Mondragón es consciente de la prematura lectura que puede hacer su personaje; se trata de una mirada antes de la moral, que más bien refiere una singular sensibilidad propia de un estadio de vida. En ese sentido, la intensificación de las insignificantes tareas previas a que las mujeres empiecen a trabajar son fundamentales. Ahí se revela un microcosmos de la prostitución, el fuera de campo que el cliente desconoce, pero que la cineasta visibiliza. Es por eso que la altura de cámara siempre coincide con el punto de observación de la pequeña protagonista, y ese registro, que también es un principio de la mirada, no se abandona, como se puede corroborar en un plano abierto en el que la niña camina por un pasillo, captada a cierta distancia; la decisión formal se mantiene a rajatabla.

La elipsis con la que Mondragón culmina su película es magnífica, de tal modo que contrasta bastante con el mismísimo plano de cierre, el cual tiene una función un poco moralizante, acaso fuera del registro general, y que a su vez complejiza el punto de vista elegido en el inicio.

Por Roger Koza, de OtrosCines.com, para Retina Latina

Archivado en:Reseña Etiquetado con:Documental, Indígenas, Latinoamérica, Mujeres, niñez, Prostitución

La mujer en el cine latinoamericano: de minorías, miradas y cupos

noviembre 17, 2016 by Retina Latina Dejar un comentario

El cine, como uno de los modos de representación social más impactantes y masivos, siempre trabaja alrededor de las mujeres. El gran inconveniente de este enunciado es que trabaja “alrededor de” y no “con” las mujeres.

En el nuevo cine latinoamericano la llegada de la mujer -su intrusión en este mundo de hombres viriles y altivos- se produjo con escasas, pero notables directoras: las argentinas Lucrecia Martel, que en 2001 desembarcó con la majestuosa y subversiva La ciénaga, o Lucía Puenzo con XXY, esa película ambigua, irreverente y sombría; Claudia Llosa, quien desde Perú nos ofreció su muy interesante La teta asustada, en la que abordaba el tema siempre vigente de la violencia política; o la chilena Dominga Sotomayor, que desplegó tanto en sus cortos como en sus largometrajes (por ejemplo, De jueves a domingo) historias sensibles de familias imperfectas, como todas las familias.

Estas películas, entre otras, visibilizaron aquello de lo que el cine latinoamericano carecía: una mirada femenina desde adentro, cámara en mano. Esos films permiten entrever no sólo las problemáticas de “las mujeres” sino que muestran además el revés de la trama de los conflictos femeninos. Desde ese origen casi fundacional, llegamos hasta el estreno este año de Rara, dirigida por la chilena Pepa San Martín, donde el interés está centrado en el mundo de las mujeres alejadas de los hombres, en la compleja constitución de esa familia que necesita hacerse carne de la ética de lo femenino y a la vez interrogar la moral social. Sin duda, esta película es rara -como expresa su título- sobre todo pensada en el ámbito de una sociedad particularmente arraigada al orden patriarcal como la chilena.

Estas estrategias textuales certeras muestran el acceso, aún escaso, de las mujeres al ámbito audiovisual, ya un tanto alejado del realismo mágico tan caro al cine y a la literatura de América Latina, dejando de lado la metáfora y la alegoría como búsquedas y procedimientos principales. Estas directoras comienzan a ver y a verse como parte de un contexto donde el régimen patriarcal es imperante, no sólo en el universo del cine sino sobre todo en lo social.

Pero los interrogantes se imponen:

¿Hay alguna distinción entre el filmar de un hombre y el de una mujer? ¿Filman las mujeres de manera diferente a los hombres? ¿Es más sensible el cine hecho por mujeres? Todas estas preguntas suponen pensar a las mujeres como un una especie de colectivo social extraño, casi como pensar en cierta forma de la marginalidad ¡Nadie se interroga acerca del cine hecho por hombres!

Muchas de estas estas cuestiones siguen siendo difusas, pero lo que sí está claro es que hay en el cine actual hecho por mujeres una persecución del deseo diferente, la mirada femenina sobre el deseo -como motor narrativo o estético- es otra. No hay un cine de hombres y otro de mujeres, lo que sí hay es una mirada diferente sobre los objetos culturales, un ritmo particular, un modo de encarar los materiales fílmicos disímiles. Sin embargo, viendo por ejemplo las carteleras que se renuevan semanalmente o los circuitos de los festivales, el cupo o el porcentaje de mujeres directoras es escaso. Por eso, cuando aparecen en el horizonte cinematográfico estas miradas deseantes encarnadas por mujeres, todo se vuelve particular.

Cuando una mujer filma el presente los escenarios son otros, porque ellas van a contrapelo de la concepción del espacio que doctrinariamente apela a la intimidad, a ese universo privado; esas casas, esas cocinas, ese universo limitado a lo doméstico. Sabemos que los espacios son lugares de síntesis, los cuerpos son quienes lo recorren, lo habitan, lo identifican con sus sensualidades femeninas a contramano de los preceptos de época.

En general solemos encontrarnos con una continua representación de la violencia y el sadismo contra las mujeres, sin demasiados límites respecto a lo que debe ser mostrado o no, reproduciendo continuamente una imagen estereotipada y victimizada de las mujeres, recurriendo a la cosificación y a la fragmentación de los cuerpos. Esto sucede y seguirá sucediendo. La siempre presente desigualdad entre el hombre y la mujer deja una herida imposible de suturar con facilidad, también el poder socioeconómico es básicamente masculino, el opresivo régimen patriarcal y machista, enquistado sobre todo en Latinoamérica -ver si no los crímenes de Ciudad Juárez-, ocultan el verdadero deseo femenino. Se dirá que la violencia es estructural, pero no se puede negar que, de un tiempo a esta parte, las víctimas somos específicamente nosotras y el reclamo finalmente ha tocado la puerta del presente.

Habrá que estar atentos a lo que hacen las mujeres en el cine después de los actos infames que cometen tantos hombres, esa violencia desatada que ejercen sobre los cuerpos femeninos, violencias simbólicas y de las otras, las reales. Esos cuerpos que se mostraron sin pudores en fotografías, en videos y hasta en las marchas ejemplares de “Ni una menos” que se propagó por toda la región. Aquellas heroínas de los mundos privados, esas mujeres fatales del cine negro, esas amas de casa distantes y distraídas que habitaban melodramas líquidos, vacuos, deberán, de una vez por todas, mostrarse en su lucha, en su salvaguarda, empuñando con fuerza la cámara, la pluma y la palabra.

El cine es por el momento cosa de hombres, pero es hora de que las nuevas directoras puedan incluirse en ese orden que las excluye, puedan generar una fuerza centrípeta y a la vez centrífuga que dé cuenta de los temas, de los relatos, de las historias que realmente interesan a todos. El cupo femenino no necesita una ley para ampliarse, necesita más mujeres activas en el cine, en el arte, en la crítica, en la vida.

Por Marcela Gamberini, de OtrosCines.com, para Retina Latina

Archivado en:Noticias Etiquetado con:Cine latinoamericano, Mujeres

Entrevista a Diana Montenegro García

noviembre 17, 2016 by Retina Latina Dejar un comentario

Guionista, productora y realizadora audiovisual egresada de la Universidad del Valle de Cali, Diana Montenegro García filmó los cortos Sin decir nada (2007) y Magnolia (2011), así como el mediometraje documental Aquello que no se desvanece (2013). Actualmente se encuentra desarrollando su primer largo, El alma quiere volar. En diálogo con Retina Latina analizó la situación de las directoras en Colombia y su visión del cine hecho por mujeres en el continente.

Otros Cines: Si bien en los últimos años se ha incrementado de forma paulatina la presencia de la mujer en distintos rubros artísticos y técnicos dentro de la industria del cine latinoamericano, la participación femenina sigue siendo muy minoritaria ¿Por qué cree que el sector del cine es particularmente complejo y en muchos casos hostil para la mujer?
Diana Montenegro: Me parece importantísimo que, de entrada, las mujeres que trabajamos en cine eliminemos esa marca que parece más un designio de ser una minoría relegada. Si bien el que lleguemos a ser menos visibles en el cine es algo que no se puede negar, no es el único campo u oficio en el que sucede. El mundo será siempre hostil para una mujer, pero no por eso es imposible «dar la batalla». He ahí lo complejo pero a la vez fascinante de todo esto, pues como decían los abuelos «donde una puerta se cierra, otra se abre». Quizás tengamos que recorrer un camino más largo que otros, pero los buenos resultados saltan a la vista.

O.C.: ¿Cómo ve el panorama en ese sentido en Colombia particularmente?
D.M.: Colombia no es la excepción a la regla. Si a esto le sumamos cierta mezquindad que a veces ocurre en el medio a la hora de aunar esfuerzos o de compartir generosamente conocimiento y experiencia, podríamos pensar en un panorama desalentador. Sin embargo, incluso con esas carencias, coexisten otras iniciativas de fortalecimiento de la presencia de las mujeres en el cine a nivel nacional. La academia me parece un escenario fundamental en este proceso. A la vez que es un espacio de formación y práctica, resulta también un semillero de futuras creadoras y artistas. Las convocatorias, por ejemplo, son otro espacio clave en el que el mérito no es el de ser mujer u hombre sino el de tener proyectos sólidos e historias fascinantes.

O.C.:Hay directoras que consideran que es necesario luchar de manera activa para aumentar la participación en la industria y defender un «cine de mujeres». Otras, en cambio, creen que de esa manera se las está encasillando o construyendo un gueto y que no existe un «cine de mujeres» sino mujeres que hacen cine, ¿cómo se ubica en medio de este debate?
D.M.: Hay una mirada femenina sobre la realidad, es algo que incide en la manera en que percibimos las cosas y, por tanto, el lugar desde el cual hablamos. Esto no quiere decir que dicha mirada pueda unificarse bajo una idea de «cine de mujeres», pues a mayor cantidad de mujeres en el cine, mayor diversidad de historias y universos por contar. Una etiqueta tan contundente limitaría el pensar en mujeres dirigiendo films de acción, de terror, experimentales… y la historia bien nos ha demostrado lo contrario.  No podemos olvidar que dentro del ADN del cine narrativo, una mujer francesa, Alice Guy, nos abrió las puertas, siendo la primera realizadora de ficción y, lo que resulta aún más fascinante, es que logró sostenerse con lo devengado de su oficio y tuvo su propio estudio cinematográfico.

O.C.:¿Qué medidas deberían tomarse desde las políticas públicas para una mayor igualdad de género en la producción de cine?
D.M.:Más que pensar en igualdad de género dentro del cine, pensaría en exaltar e incentivar la creación artística de mujeres dentro del gremio.  Existe una paradoja entre considerar las mujeres como una minoría en el cine y la carencia de estímulos e incentivos específicos, tal como se hace con otros grupos minoritarios. Siento que estamos en un momento de transición, donde el cine en Colombia era hecho en su mayoría por hombres, incluso dentro de un mismo rango de edad. De unos años para acá no solamente las mujeres hemos aumentado nuestra participación en todos los roles técnicos y creativos, sino que también llegó una oleada de jóvenes directores que han dado un giro muy positivo al cine nacional, desde las historias que se cuentan y la estética. Así, pues, siento que desde lo público ya están creadas las instancias, es solamente cuestión de que ejerzan un respaldo más visible, respaldo que se traduce en inversión y dar a conocer la causa de todas aquellas mujeres que trabajamos en el cine nacional.

O.C.: ¿Qué directoras latinoamericanas le interesan particularmente y por qué?
D.M.:He seguido la obra de dos directoras argentinas: Lucía Puenzo y Lucrecia Martel. Tengo una fascinación por las historias que, siento, nacen de las entrañas de su director. Estas dos realizadoras, además, tienen un tratamiento estético y narrativo en sus películas que no se queda en el preciosismo de la imagen o en remarcar un sello de cine latinoamericano marginal. Son muy potentes desde lo que hacen, su discurso es único y se manifiesta a lo largo de todas sus obras.

O.C.: ¿Cómo definiría las búsquedas de sus trabajos Sin decir nada, Magnolia y Aquello que no se desvanece?, ¿considera que hay una sensibilidad o una visión de género?
D.M.:Para mí siempre es importante hablar de cosas que me cuestionen y motiven, de modo que la no gratuidad en la elección de los sujetos de mis películas es un factor decisivo. Tras cada película, siento que son trazos de un bosquejo de una manera de mirar, la propia. No puedo separarme de mi condición evidente de ser mujer, joven, latinoamericana, cineasta, de modo que todos mis proyectos llevan mucho de esa sensibilidad impregnada, pero siempre busco ir más allá de una mirada de género. Me interesa acercarme a los otros, construir universos inclusivos en los que prevalece mi motivación y aquello de lo que me interesa hablar.

O.C.: En los tres trabajos hay una mirada cargada de sensibilidad, de intimidad y por momentos de inocencia ¿Son aspectos que le interesa trabajar particularmente?
D.M.:De alguna manera, sin proponérmelo de manera consciente, empecé a crear historias alrededor de personajes femeninos. Hoy por hoy, comprendo que hace parte de mí, de eso que me mueve y de lo que quiero hablar. Luego, cada trabajo es un reflejo de una búsqueda de mi mirada como realizadora y es bonito ver hacia atrás y observar que se traza una línea que las une, pese a ser historias muy distintas. Todos mis trabajos tienen a la mujer como protagonista y desde ahí, la sensibilidad es otra. Soy una apasionada por los primeros planos, la dureza y a la vez, el tacto con el que nos dejan acercarnos a un personaje, me resultan fascinantes. Son además, planos más «afectivos» y, con esto, naturalmente, estamos en un terreno de intimidad que me interesa muchísimo lograr transmitir siempre.

O.C.: ¿Cuáles son sus proyectos actuales y qué aspectos le interesaría profundizar en ellos?
D.M.:Actualmente trabajo en mi ópera prima de largometraje, El alma quiere volar, ganador de los estímulos de desarrollo y producción del Fondo para el Desarrollo Cinematográfico colombiano. La película parte de motivaciones muy personales que rondan alrededor de la crianza en medio de mujeres cargadas de miedos, de comportamientos que hemos asumido y normalizado, y lo único que hacen es perpetuar el status quo de una sociedad machista, a veces desde nosotras mismas.

Por Diego Batlle, de OtrosCines.com, para Retina Latina

Archivado en:Noticias Etiquetado con:Cine femenino, Cine latinoamericano, Mujeres

Últimos días para postular al FEMCINE

noviembre 4, 2016 by Retina Latina Dejar un comentario

El 5 de noviembre cierra la convocatoria para las competencias oficiales y work in progress del Festival Cine de Mujeres (FEMCINE), a realizarse del 28 de marzo al 2 de abril de 2017 en Santiago de Chile. 

FEMCINE nace para relevar y apoyar el trabajo de las realizadoras y acercar a un amplio público a películas relacionadas con las temáticas de género y/o desarrolladas desde la mirada de la mujer cineasta.

Las categorías en competencia de FEMCINE 7 son: Competencia Internacional de Largometrajes, Competencia Internacional de Cortometrajes y Competencia Nacional de Cortometrajes de Escuelas de Cine de Chile. Podrán participar obras de ficción, documental, animación y experimentales producidas a partir del 1º de enero de 2015 hasta la fecha de cierre de la postulación. Las mismas deben ser dirigidas por mujeres únicamente.

En tanto, el WIP FEMCINE es una competencia para películas en etapa de postproducción, dirigidas por mujeres de cualquier nacionalidad. Las mismas se exhibirán ante un jurado de profesionales en sesiones cerradas. Esta competencia otorga premios que ayudan a la finalización y difusión de la película, como postproducción de sonido, construcción de Master DCP, asesoría en montaje, asesoría en estrategia de comunicación o coordinación de postproducción, entre otros.

De OtrosCines.com para Retina Latina 

Archivado en:Noticias Etiquetado con:Chile, Cine latinoamericano, FEMCINE, Mujeres

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