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Entrevista a Diana Montenegro García

Noviembre 17 de 2016

Guionista, productora y realizadora audiovisual egresada de la Universidad del Valle de Cali, Diana Montenegro García filmó los cortos Sin decir nada (2007) y Magnolia (2011), así como el mediometraje documental Aquello que no se desvanece (2013). Actualmente se encuentra desarrollando su primer largo, El alma quiere volar. En diálogo con Retina Latina analizó la situación de las directoras en Colombia y su visión del cine hecho por mujeres en el continente.

Otros Cines: Si bien en los últimos años se ha incrementado de forma paulatina la presencia de la mujer en distintos rubros artísticos y técnicos dentro de la industria del cine latinoamericano, la participación femenina sigue siendo muy minoritaria ¿Por qué cree que el sector del cine es particularmente complejo y en muchos casos hostil para la mujer?
Diana Montenegro: Me parece importantísimo que, de entrada, las mujeres que trabajamos en cine eliminemos esa marca que parece más un designio de ser una minoría relegada. Si bien el que lleguemos a ser menos visibles en el cine es algo que no se puede negar, no es el único campo u oficio en el que sucede. El mundo será siempre hostil para una mujer, pero no por eso es imposible «dar la batalla». He ahí lo complejo pero a la vez fascinante de todo esto, pues como decían los abuelos «donde una puerta se cierra, otra se abre». Quizás tengamos que recorrer un camino más largo que otros, pero los buenos resultados saltan a la vista.

O.C.: ¿Cómo ve el panorama en ese sentido en Colombia particularmente?
D.M.: Colombia no es la excepción a la regla. Si a esto le sumamos cierta mezquindad que a veces ocurre en el medio a la hora de aunar esfuerzos o de compartir generosamente conocimiento y experiencia, podríamos pensar en un panorama desalentador. Sin embargo, incluso con esas carencias, coexisten otras iniciativas de fortalecimiento de la presencia de las mujeres en el cine a nivel nacional. La academia me parece un escenario fundamental en este proceso. A la vez que es un espacio de formación y práctica, resulta también un semillero de futuras creadoras y artistas. Las convocatorias, por ejemplo, son otro espacio clave en el que el mérito no es el de ser mujer u hombre sino el de tener proyectos sólidos e historias fascinantes.

O.C.:Hay directoras que consideran que es necesario luchar de manera activa para aumentar la participación en la industria y defender un «cine de mujeres». Otras, en cambio, creen que de esa manera se las está encasillando o construyendo un gueto y que no existe un «cine de mujeres» sino mujeres que hacen cine, ¿cómo se ubica en medio de este debate?
D.M.: Hay una mirada femenina sobre la realidad, es algo que incide en la manera en que percibimos las cosas y, por tanto, el lugar desde el cual hablamos. Esto no quiere decir que dicha mirada pueda unificarse bajo una idea de «cine de mujeres», pues a mayor cantidad de mujeres en el cine, mayor diversidad de historias y universos por contar. Una etiqueta tan contundente limitaría el pensar en mujeres dirigiendo films de acción, de terror, experimentales… y la historia bien nos ha demostrado lo contrario.  No podemos olvidar que dentro del ADN del cine narrativo, una mujer francesa, Alice Guy, nos abrió las puertas, siendo la primera realizadora de ficción y, lo que resulta aún más fascinante, es que logró sostenerse con lo devengado de su oficio y tuvo su propio estudio cinematográfico.

O.C.:¿Qué medidas deberían tomarse desde las políticas públicas para una mayor igualdad de género en la producción de cine?
D.M.:Más que pensar en igualdad de género dentro del cine, pensaría en exaltar e incentivar la creación artística de mujeres dentro del gremio.  Existe una paradoja entre considerar las mujeres como una minoría en el cine y la carencia de estímulos e incentivos específicos, tal como se hace con otros grupos minoritarios. Siento que estamos en un momento de transición, donde el cine en Colombia era hecho en su mayoría por hombres, incluso dentro de un mismo rango de edad. De unos años para acá no solamente las mujeres hemos aumentado nuestra participación en todos los roles técnicos y creativos, sino que también llegó una oleada de jóvenes directores que han dado un giro muy positivo al cine nacional, desde las historias que se cuentan y la estética. Así, pues, siento que desde lo público ya están creadas las instancias, es solamente cuestión de que ejerzan un respaldo más visible, respaldo que se traduce en inversión y dar a conocer la causa de todas aquellas mujeres que trabajamos en el cine nacional.

O.C.: ¿Qué directoras latinoamericanas le interesan particularmente y por qué?
D.M.:He seguido la obra de dos directoras argentinas: Lucía Puenzo y Lucrecia Martel. Tengo una fascinación por las historias que, siento, nacen de las entrañas de su director. Estas dos realizadoras, además, tienen un tratamiento estético y narrativo en sus películas que no se queda en el preciosismo de la imagen o en remarcar un sello de cine latinoamericano marginal. Son muy potentes desde lo que hacen, su discurso es único y se manifiesta a lo largo de todas sus obras.

O.C.: ¿Cómo definiría las búsquedas de sus trabajos Sin decir nada, Magnolia y Aquello que no se desvanece?, ¿considera que hay una sensibilidad o una visión de género?
D.M.:Para mí siempre es importante hablar de cosas que me cuestionen y motiven, de modo que la no gratuidad en la elección de los sujetos de mis películas es un factor decisivo. Tras cada película, siento que son trazos de un bosquejo de una manera de mirar, la propia. No puedo separarme de mi condición evidente de ser mujer, joven, latinoamericana, cineasta, de modo que todos mis proyectos llevan mucho de esa sensibilidad impregnada, pero siempre busco ir más allá de una mirada de género. Me interesa acercarme a los otros, construir universos inclusivos en los que prevalece mi motivación y aquello de lo que me interesa hablar.

O.C.: En los tres trabajos hay una mirada cargada de sensibilidad, de intimidad y por momentos de inocencia ¿Son aspectos que le interesa trabajar particularmente?
D.M.:De alguna manera, sin proponérmelo de manera consciente, empecé a crear historias alrededor de personajes femeninos. Hoy por hoy, comprendo que hace parte de mí, de eso que me mueve y de lo que quiero hablar. Luego, cada trabajo es un reflejo de una búsqueda de mi mirada como realizadora y es bonito ver hacia atrás y observar que se traza una línea que las une, pese a ser historias muy distintas. Todos mis trabajos tienen a la mujer como protagonista y desde ahí, la sensibilidad es otra. Soy una apasionada por los primeros planos, la dureza y a la vez, el tacto con el que nos dejan acercarnos a un personaje, me resultan fascinantes. Son además, planos más «afectivos» y, con esto, naturalmente, estamos en un terreno de intimidad que me interesa muchísimo lograr transmitir siempre.

O.C.: ¿Cuáles son sus proyectos actuales y qué aspectos le interesaría profundizar en ellos?
D.M.:Actualmente trabajo en mi ópera prima de largometraje, El alma quiere volar, ganador de los estímulos de desarrollo y producción del Fondo para el Desarrollo Cinematográfico colombiano. La película parte de motivaciones muy personales que rondan alrededor de la crianza en medio de mujeres cargadas de miedos, de comportamientos que hemos asumido y normalizado, y lo único que hacen es perpetuar el status quo de una sociedad machista, a veces desde nosotras mismas.

Por Diego Batlle, de OtrosCines.com, para Retina Latina

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Todos los días, Rafael deja nombres femeninos en su ventana intentando acercarse a una mujer que inesperadamente trae de vuelta la luz a su vida

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Archivado en:Noticias Etiquetado con:Cine femenino, Cine latinoamericano, Mujeres

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