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Familia

Entrevista a Laura Huertas, directora de Sol Negro

mayo 9, 2019 by Retina Latina Dejar un comentario

Retina Latina: Laura, tú te formaste en Francia como artista visual y cineasta, y en Estados Unidos desarrollaste parte de tu trabajo en el laboratorio de etnografía sensorial en la Universidad Harvard donde la antropología visual y la etnografía juegan un rol fundamental, ¿cuéntanos sobre tu proceso creativo en este cruce de disciplinas, discursos y formas artísticas?  

Laura Huertas Millán: Mis películas parten en efecto de investigaciones que desarrollo en largos lapsos de tiempo. Estas búsquedas son híbridas, y se nutren de literatura, cine, arte contemporáneo y ciencias sociales. Desde hace una década, mi investigación como artista visual gira en torno a la etnografía como espacio cultural de construcción de imaginarios y de procesos coloniales. La antropología contemporánea, aquella que ha incluido la necesidad de de-colonizarse, aquella que mira el mundo como un espacio compartido con otras especies, aquella que incluye la ecología en su lenguaje es para mí hoy en día una gran fuente de inspiración. Como artista, encuentro en esos cuestionamientos profundos sobre la existencia humana el contenido y la necesidad de mis películas. Luego cada película inventa su proceso. Cada una me lleva a conocer diferentes personas y a trabajar estéticas y éticas específicas.

R.L.: Has vivido en Francia gran parte de tu vida, sin embargo, los temas, personajes, paisajes de tu obra están ligados a Colombia. ¿Cómo construyes esa relación entre contextos al parecer distanciados, cultural, social y políticamente?

L.H.M.: La relación se basa en la premisa de que no son mundos separados sino co-dependientes. Y me sitúo en el entre dos de ambos contextos. Me interesa precisamente la historia de intercambios entre ambos países, las influencias recíprocas. Es interesante observar que el cine colombiano existe dentro y fuera de Colombia. Considero que hago parte de una comunidad de cineastas que operan desde ese espacio liminal de la diáspora, como Camilo Restrepo, Lina Rodríguez, Juan Soto, Juanita Onzaga…

R.L.: El exotismo es una cuestión que ha estado en el centro del debate sobre el deber ser del cine latinoamericano y su visibilidad dentro de una geopolítica del cine internacional. Se podría decir que narrativa y estéticamente los cines latinoamericanos se debaten constantemente entre su sujeción y su libertad respecto al exotismo. Tu primera serie de películas gira entorno a esta cuestión. ¿Compártenos cómo fue la búsqueda y las decisiones artísticas que guiaron estas obras sobre el discurso del exotismo en América Latina desde lo natural, lo cultural y lo colonial?

 L.H.M.: Esa búsqueda llegó en mis películas en vínculo con mi experiencia de vida, el ser inmigrante latinoamericana en Francia, y en el esfuerzo de encontrar mi espacio de enunciación. En la cultura francesa, hay una demanda implícita fuerte de asimilación, de no resaltar las diferencias culturales, lo cual históricamente ha vuelto difícil el abordar el problema colonial y su legado en el campo de la política y también de las artes. Vivir el día a día en un país donde las estructuras estatales y académicas siguen ejerciendo opresiones racistas y sexistas fue definitivamente la razón de ser de esa serie sobre el exotismo. La necesidad de entender donde se arraiga el problema de las identidades en Francia. Autores como Franz Fanon y Edward Saïd fueron fundamentales para mí. Fue en ese momento que movimientos como el tropicalismo brasileño, las modernidades latinoamericanas y el tercer cine fueron cruciales. Me permitieron tomar confianza en ese entre dos que evocaba antes, y volverlo un espacio propio.

R.L: Sol negro, es tu primera película de la serie ficciones etnográficas. ¿cómo te acercaste a este “subgénero” que a primera vista parece plantear una tensión entre lo que se ha denominado ortodoxamente documental y ficción?

L.H.M.: Mi serie de películas alrededor del exotismo me hizo llegar a una conclusión contradictoria. Si podemos considerar la etnografía como un lenguaje arraigado en los procesos coloniales, podemos asimilarle a una forma de ficción. El relato de la “otredad” contado desde la perspectiva europea, como lo explicita Edward Saïd. Por otra parte, algunas prácticas etnográficas recientes han sabido incluir la ficción en sus procesos de de-colonización. Empezando por Jean Rouch, por ejemplo, para quien la construcción ficcional es una forma de antropología compartida. Entonces, me di cuenta de que en mi trabajo la ficción era esencial. Como un espacio de liberación. Si bien los temas que me interesan están profundamente anclados en lo real, mi trabajo indaga en las capas de relato y de narrativa que estructuran y construyen el mundo. La inmersión e investigación presente en cada uno de mis proyectos es similar al proceso antropológico. En mis películas antropología y ficción fusionan, crean fricciones, son dialécticas.

R.L.: En Sol negro trabajas con tu tía, tu madre e incluso apareces tú como parte de quienes están en pantalla. Lo que resulta especialmente interesante, es que a diferencia de cierta producción documental autoreferencial, no se nos presenta una tesis sobre las relaciones familiares. Más bien, vemos cómo este entramado de tensiones, de lazos de solidaridad y empatía -que también se rompen- que llamamos familia está en paralelo y también se interpone en la búsqueda y construcción del propio yo y de la libertad, y hace parte de aquello de lo que nos separamos en un acto de supervivencia, tal como expresa tu madre -en su rol de hermana- en una parte de la película. ¿Cuéntanos sobre el proceso creativo para poner en juego la intimidad y las relaciones de tus personajes, con universos personales y oníricos en su búsqueda del propio yo, más allá del relato familiar? 

 L.H.M.: Sol negro parte de la necesidad de abordar una historia íntima desde la ficción, para crear y construir un espacio diferente de enunciación. El propósito de la película no es contar una historia familiar, la mía, sino de explorar los lazos familiares y de filiación de manera más amplia, más allá de mi historia individual. La película es una ficción. Fue hecha a partir de un guion, las escenas fueron ensayadas y repetidas varias veces antes de ser rodadas. Fue también un proceso largo, la película tomó cuatro años haciéndose. Una parte de ella fue rodada en el modo de producción tradicional de la ficción (cuatro días de rodaje, set de producción importante). Y una segunda parte fue rodada en un modo documental (cuatro meses de rodaje, sin equipo de rodaje). La edición, elaborada con Isabelle Manquillet consistió en tejer toda esa materia heterogénea, creando algo coherente, abierto y emocionalmente fuerte y necesario. Quería por mi parte que la película fuera una experiencia física y emocional, que su sentido se introdujera en el cuerpo de los espectadores como un perfume, algo inmaterial y sensorial.

R.L.: Como espectadores, sentimos que Sol negro invita a una experiencia estética, en el sentido de una experiencia sensible, donde los colores, las texturas, la banda sonora, las formas, los estados de ánimo de los personajes, sus gestos y lenguaje corporal van más allá del sentido narrativo de una historia sobre sus relaciones y lo que les pasa. Háblanos sobre el uso expresivo de los elementos visuales, plásticos y sonoros a la hora de abordar los personajes y los espacios en tu película.

L.H.M.: La forma de mis películas no parte nunca de una estrategia intelectual, sino que se despliega y se inventa a medida que los proyectos avanzan. Durante los rodajes es importante para mí encontrar la coreografía y el tiempo de cada escena, la pulsación latente de cada situación. Me interesa registrar la opacidad del presente en la manera más cercana y más íntima.

Siento que mis películas son estados alterados de consciencia, de manera sutil, se trata de crear visiones pero también construir un estado de atención sereno, por fuera del flujo incesante y brutal de imágenes del mainstream, estados de meditación, de pensamiento y sensación.

R.L.: Tu obra además de pasar por circuitos cinematográficos como festivales y salas de cine, también se ha presentado y expuesto en otros espacios como museos, seminarios y galerías de arte. ¿Cuál es tu opinión frente a otras dinámicas de diálogo y de la experiencia cinematográfica en otros circuitos, espacios, audiencias, más allá de sus espacios convencionales?

L.H.M.: Esas otras dinámicas son esenciales para prácticas como la mía que sobreviven en la periferia de lo industrial y lo comercial. El hecho de estar entre varios medios culturales me permite hacer trabajos con narrativas experimentales e innovadoras. La relación creciente entre el cine y las artes plásticas es precisamente el terreno desde donde se construye mi obra.

Archivado en:Noticias Etiquetado con:Antropología, Autoetnografía, Cine experimental, Decolonización, Familia, Francia, Periferia

Soy eterno, de Sofía Velázquez

noviembre 17, 2016 by Retina Latina Dejar un comentario

La memoria es tiempo acontecido pero existe en el espacio: el espacio (mental) de quien recuerda y el espacio en el que todavía hay vestigios asociados a los recuerdos. Velázquez lo intuye desde el principio: un tema musical suscita memorias; el espacio habitado con su mobiliario y sus objetos también; lo mismo sucede con la perspectiva con la que se ve el mundo exterior desde las ventanas de un hogar, en el que ahora viven su padre y su hermano, y en el que la directora recuerda más por haber vivido allí con su madre. El espacio doméstico evoca aquí el drama de la memoria.

Además, la memoria familiar está inscripta en documentos, dedicatorias y fotos. Y asimismo en el registro de la propia directora, otra forma de escribir la historia familiar, que puede todavía filmar a su abuelo, demasiado inescrutable y a la vez físicamente innegable, y que en su último cumpleaños dio noticias a la propia realizadora de su paradero espiritual: “Soy eterno”, profirió, sin explicarle a nadie su frase metafísicamente hiperbólica, la misma que nombra a la película de su nieta.

Seis minutos para hablar de la eternidad, extraña paradoja la elegida por Velázquez. Pero su impudor conceptual está a la altura de las circunstancias: cada plano que constituye el endeble hilo de recuerdos que pretende ser una memoria suplementaria a la que se puede invocar con el propio recuerdo ocasional tiene un sentido estético y una función conmemorativa.

Todo suma al segmento de tiempo elegido para resguardar la historia familiar frente al olvido. Los planos fijos y generales del hogar y en especial del living cubierto con libros, o las fotos seleccionadas para que el relato de la voz en off de la directora tenga un correlato visual, tienen el suficiente encanto para imaginar la vida de una familia que desconocemos, pero que la propia realizadora, en cierta medida, tampoco conoce del todo. Secretamente, Velázquez entiende que esa distancia impuesta por la locura, la que padecía su tío, se replica con menos prepotencia en las relaciones que se establecen con los otros seres queridos. El venerado abuelo dista de haber estado loco como su hijo, pero él está lejos y no es del todo un conocido. Filmar a la familia es encontrarse con extraños cercanos.

Película delicada la de Velázquez, aguda para reunir detalles y trabajarlos en un retrato que puede resultar en los papeles intrascendente para cualquier otro hombre y mujer que no sean miembros de esa familia, pero que en la mirada de la directora se universalizan como las letras del alfabeto y los sentimientos de pérdida y extrañeza.

Por Roger Koza, de OtrosCines.com, para Retina Latina

Archivado en:Reseña Etiquetado con:Cine latinoamericano, Cortometraje, Familia, Perú

Soraya, amor no es olvido, de Marta Rodríguez y Fernando Restrepo

agosto 18, 2016 by Retina Latina Dejar un comentario

Soraya, amor no es olvido es la penúltima película de una de las realizadoras más importantes de su país, Marta Rodríguez, codirectora del mítico documental Chircales, una de las obras clave del cine político colombiano. Cultora del documental de observación que aprendió en sus estudios europeos -visiblemente influenciada por el cinema verité del francés Jean Rouch-, Rodríguez se acerca en este documental de 2006 -codirigido con Fernando Restrepo- al drama de Soraya Palacios, una “viuda del conflicto armado” colombiano, quien debió abandonar su tierra en Puente América (en el Departamento del Chocó) con sus seis hijos tras el asesinato de su esposo a manos de los paramilitares a fines de la década de 1990.

Más allá de algunos informativos televisivos y una ocasional voz en off, Rodríguez y Restrepo dejan que Soraya y las imágenes y sonidos del lugar sean los que narren este drama familiar que es reflejo de miles y miles de historias similares de desplazamiento de familias de comunidades afrocolombianas de la región por culpa de los conflictos entre la guerrilla, el ejército y los paramilitares.

Pero la dura historia de Soraya, quien vive hacinada en un barrio muy pobre de la ciudad de Turbo, tiene también momentos esperanzadores, ya que las cotidianas peleas por la supervivencia y por el reconocimiento a su situación se mezclan con el color y los sonidos -provenientes en muchos casos de los chicos- que dejan en claro las distintas formas posibles de la resistencia política, social y cultural. Pero más que nada es el amor por sus hijos la que la hace sacar fuerzas donde otros renunciarían. Y Rodríguez y Restrepo captan a la perfección ese complejo universo que puede resumirse en un rostro.

Por Diego Lerer, de OtrosCines.com, para Retina Latina

Archivado en:Reseña Etiquetado con:Afrocolombianos, Conflicto armado, Desplazamiento, Familia

El último viaje con los hermanos, de María Milena Zuluaga Valencia

mayo 13, 2016 by Retina Latina Dejar un comentario

La región selvática del Darién, que divide Colombia y Panamá, es un paraíso natural y un ámbito fundamental para la preservación del medio ambiente. Sin embargo, la tala indiscriminada de sus fabulosos árboles amenaza cada vez más con romper el equilibrio biológico y poner en riesgo la riqueza y la diversidad de sus especies.

En ese lugar transcurre este bello y valioso documental de María Milena Zuluaga Valencia que, por un lado, registra la explotación de la madera de forma artesanal por parte de los lugareños (cortan los troncos con motosierras y luego las trasladan aprovechando la corriente de caudalosos ríos como el Atrato); y, por otro, la existencia cotidiana de las pequeñas comunidades de pueblos originarios que siguen afincadas en esa región, mantienen sus dialectos, sus costumbres milenarias y sobreviven como pueden.

Entre el documental de observación, el acercamiento etnográfico, el cine de denuncia y una apuesta artística que incluye hermosas imágenes (como la inminencia de una tormenta o la crianza de los niños por parte de sus madres), El último viaje con los hermanos -que precisamente narra el largo y peligroso trayecto de una familia sobre una precaria balsa de madera- resulta un trabajo riguroso, que adopta la distancia justa (ni demasiado cercana ni demasiado lejana) para acercarnos a una realidad que la mayoría desconocemos.

Por Diego Batlle, de OtrosCines.com, para Retina Latina

Archivado en:Reseña Etiquetado con:Atrato, Colombia, Darién, Etnografía, Familia, Panamá, Selva, Tala

Carnitas, de Bárbara Balsategui

abril 25, 2016 by Retina Latina Dejar un comentario

Valentina es una niña que vive con sus padres en una austera granja y juega a tomar el té con una amiga imaginaria de origen chino. La situación financiera de sus padres no es precisamente la mejor y los magros ahorros apenas dan para que Pedro, su papá, traiga a la casa un pequeño y poco agraciado puerco negro. Pero para ella Carnitas -así la llama- es una auténtica bendición al punto que se convertirá en su fiel mascota y, mientras la hace engordar, formará parte de cada una de sus experiencias cotidianas. Cuando el padre afila el cuchillo para convertir al animal en el contenido de la futura cena, algo ocurre. La historia, así, se redefine y resignifica.

El cortometraje de Balsategui apuesta por un tono lúdico y por momentos algo artificioso, casi de cuento de hadas, y no teme jugar con ciertos estereotipos machistas (sobre todo a la hora de retratar al personaje del padre), pero la incomunicación entre los adultos, la soledad de la niña y los ribetes trágicos le dan al relato un regusto oscuro, casi tenebroso.

Con un buen sentido del humor (negro), un impecable trabajo visual y un muy digno despliegue de producción, Carnitas nos presenta a una directora con imaginación, profesionalismo y vuelo propio.

Por Diego Batlle, de OtrosCines.com, para Retina Latina

Archivado en:Entrevista Etiquetado con:Familia, Mascotas, niñez

El último paso, de Juan Pablo Richter

abril 21, 2016 by Retina Latina Dejar un comentario

Con un muy cuidado tratamiento visual y un esquivo y misterioso acercamiento narrativo, El último paso se enfrenta a una situación familiar extrema que se revelará sobre el final de este breve cortometraje, a modo de una segunda e inesperada sorpresa narrativa. En principio, lo que Richter narra es lo que parece ser una tensa situación entre una pareja, no exenta de cariño, pero evidentemente marcada por el dolor en apariencia relacionado con un niño. Esa situación, revelada en apenas un par de escenas y con abundantes planos detalle, culminará de una manera inesperada y explosiva que apenas comienza a desenredar la madeja de la historia, cuya finalidad última se conocerá sobre el cierre.

Con material que -desarrollado de otra manera- podría extenderse hasta constituir casi un largo, Richter logra contar una historia compleja con apenas unos esbozos y sugerencias, obligando al espectador a reunir las piezas de este extraño pacto de sangre familiar. Igualmente llamativa es su precisa composición del cuadro, su puesta en escena en imágenes, evitando cualquier subrayado y dejando que sean los detalles visuales y auditivos los que cuenten una historia casi sin diálogos.

Por Diego Lerer, de OtrosCines.com, para Retina Latina

Archivado en:Reseña Etiquetado con:Familia, Parejas

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