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Retratos de familia, la obsesión del cine latinoamericano

2

Feb
2017

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Los lazos familiares tal vez sean, más que cualquier otro tema, el punto en común de buena parte de la cinematografía latinoamericana. Si bien es cierto que esta amplísima cuestión puede extenderse a muchas películas de cualquier otra parte del mundo, el concepto de familia en nuestro continente adquiere ciertos ribetes que lo hacen único y especial, ya que la forma que adquieren las relaciones familiares son particularmente intensas, constantes y determinantes en la vida cotidiana de los individuos. Las formas tradicionales del concepto familia se han ido modificando con el correr de las décadas y el cine ha sabido, por un lado, captar esos movimientos, esos cambios y, por otro, echar una mirada a ciertos ejes que permanecen inalterables. En Migración (Colombia), de Marcela Gómez, la familia es un eje que se sostiene a la distancia, mediante videos que le envían padres que emigraron a Estados Unidos a su hija que se ha quedado en Colombia. Si bien la película se amplía a otros asuntos sociopolíticos, lo central siguen siendo las huellas, las marcas y los dolores que la separación de ese núcleo generan en la realizadora. La línea paterna (México), de José Buil y Marina Sistach, sigue una línea similar: la construcción de la memoria familiar a partir de material fílmico, en este caso encontrado en viejas grabaciones. Es a través de esas películas que Buil reconstruye una saga que viene desde los abuelos, primos y tíos, pero hace eje principalmente en la relación entre el codirector y su padre. Como Migración, este es un film que utiliza los recursos del documental en primera persona y, también, abre el juego hacia otros temas que exceden lo familiar, pero en ambas películas lo que prima es la relación que existe entre el cine y la memoria familiar, ambas ponen en discusión cómo las películas familiares (o los videos, en los casos más actuales) sirven para analizar y recuperar esos lazos. La situación familiar es un tanto más dura y difícil en El lugar del hijo, de Manolo Nieto (Uruguay), ya que allí el peso de la figura paterna ausente es más una carga que otra cosa para el protagonista, un joven estudiante que debe hacerse cargo de una serie de herencias que el padre le ha dejado al morir. Pero es esa ausencia la que lo define. Ya desde el título el realizador plantea claramente cuál es su búsqueda temática: poner en juego la dimensión casi mítica que la figura del padre tiene no solo en el apesadumbrado protagonista sino también en aquellos que, al verlo, no pueden dejar de compararlo con su casi mítico progenitor. Un peso con el que le costará lidiar toda su vida. En El inca, la boba y el hijo del ladrón (Perú) de Ronnie Temoche, son tres los personajes a los que sus familias definen y determinan en sus situaciones y relaciones. El abandono familiar, en el caso del Inca, la búsqueda de construir una por parte de “La Boba”, y la pesada herencia de un padre delincuente, en el último de los casos, dejan en claro que la identidad de cada uno de los protagonistas pasa, antes que nada, por cómo los atraviesan sus situaciones familiares. A la vez, pese al dolor, la bronca o el desamparo que pueda generar un pasado o presente familiar difícil, la película de Ronnie Temoche insiste en algo que es común no solo a todos los ejemplos de este ciclo sino a buena parte del cine centrado en estos lazos: no importa cuán compleja, triste, dura o dramática haya sido la historia familiar previa de los protagonistas, siempre harán el intento de construir una nueva, de buscar la manera en la que les sea posible edificar nuevos lazos -eso sí, más sanos y amorosos- del tipo familiar. Por Diego Lerer, de OtrosCines.com, para Retina Latina

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