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Los planos animados de América Latina

16

Jun
2016

¿En qué sueña un cineasta dedicado a la animación en Latinoamérica? ¿Quiénes son sus influencias? ¿En qué tradición de animación se piensa?

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Nunca está de más recordar que el primer largometraje de animación se hizo en nuestro continente, más precisamente en Argentina. Nadie entre los vivos de nuestro tiempo pudo verlo, pero la documentación es indesmentible: El apóstol, de Quirino Cristiani, fue la primera película animada de largo aliento. En 1917, el continente se anotaba un récord histórico. A casi 100 años de ese evento histórico, todos sabemos que el cine regional en esa materia no ha dado ningún genio. Disney ha sido casi siempre la referencia, el espejo, el imperativo ineludible, la matriz involuntaria y voluntaria de formación. ¿En qué sueña un cineasta dedicado a la animación en Latinoamérica? ¿Quiénes son sus influencias? ¿En qué tradición de animación se piensa? No es sencillo; los condicionamientos son poderosos, y no es aquí el lugar para responder esas preguntas, aunque sí para formularlas como una inquietud general. Una hipótesis. Todavía más que en el cine documental y de ficción, la vía de la animación tiene un futuro promisorio en la era digital. Más que nunca, los cineastas latinoamericanos dedicados a dar ánima a sus imágenes, o a dibujar criaturas e inventar mundos, pueden emanciparse del yugo de otros imaginarios. Por otro lado, las condiciones materiales de producción son más auspiciosas que nunca, menos dependientes de elementos exógenos al mero deseo de hacer una película animada. La digitalización del cine es para el animador una posibilidad real de trabajar sin los impedimentos técnicos y estructurales del pasado. En Un brinco pa’ allá (2000), el realizador francés radicado en México Dominique Jonard se las arregla para trabajar guiado por niños de distintas escuelas de Tijuana y San Diego y así establecer un relato que hable sobre la inmigración ilegal de los mexicanos a los Estados Unidos desde el punto de vista de los niños. Extraña proeza de cine político infantil. Navidad caribeña (2001) podría haber radicalizado un poco más su lectura asimétrica sobre el poder; la relación vincular desigual entre los aldeanos de una isla caribeña y su gobernador europeo es demasiado evidente para que solamente se trate de una casualidad, pero el conocido director uruguayo Walter Tournier prefiere, en su trabajada animación cuadro por cuadro, acentuar el espíritu navideño, el cual articula su relato centrado en la visita de los sobrinos europeos del mandatario y el deseo de este de reproducir los festejos de la Navidad como si estuviera en el viejo continente. Lo político se insinúa, el espíritu religioso prevalece. En otro registro, muy distinto, se enmarca De cómo los niños pueden volar (2008), del realizador mexicano Leopoldo Aguilar. Aquí, la curiosidad de un niño respecto a la presencia de un pájaro y la especificidad de esa criatura signada por el don de volar provoca un giro inesperado en el relato, por el que se habilita una vía metafísica o poética para responder a ese cambio de tono que va de lo lúdico a lo trágico y asimismo se permite coquetear con lo fantástico. Finalmente, en Rojo red (2008), del colombiano Juan Manuel Betancourt, un niño en plena situación de juego ve potenciadas su propia imaginación y las posibilidades de desobedecer a la realidad circundante y sus reglas, una vez que salga corriendo de su casa tras una discusión. La animación en stop motion resulta ideal para los propósitos del realizador, que transforma la vía pública en un campo de experimentación visual para el niño y sus deseos de interactuar con la realidad en otros términos. He aquí cuatro cortometrajes latinoamericanos recientes en los que se pueden llegar a intuir posibles caminos para la animación regional, identificando quizás las fortalezas y los obstáculos en la evolución del género, los temas a trabajar y las poéticas a recorrer. El repertorio cinematográfico en la materia no se restringe a estos films solamente, incluso cuando la clara diferencia de estilos es incuestionable. En unos años más, acaso una década, nos encontraremos con una cantidad de películas de animación que tal vez puedan desmarcarse radicalmente de la animación estadounidense, japonesa y checa. Latinoamérica aún puede dibujar su destino. El cine es joven, como el continente. Por Roger Koza, de OtrosCines.com, para Retina Latina

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