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La Sirga, de William Vega

3

Mar
2016

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La Sirga es una muy buena película. William Vega sabe filmar y lo hace, a diferencia de la mayor parte de los cineastas latinoamericanos de hoy, en 35 mm. Tal decisión, posición, oposición y posibilidad le otorga una ventaja. La luminosidad y el sonido del extinto 35 mm impregnan la naturaleza física de su film. Poco se discute sobre la persuasión que implica en la actualidad encontrarse con lo fílmico en un festival. Ese plus posee un encanto. Los dos planos iniciales son misteriosos. Un espantapájaros en la niebla, luego un “morro” nadando contra la corriente. ¿Es un animal? ¿Una encarnación? Una suerte de pieza flotante, como si se tratara de un tronco con juncos animado. ¿Es eso un morro? Debido a que en un pasaje se hablará de duendes, el carácter indiscernible del morro permanece indeterminado. Es decir, no se develará su naturaleza, pero tendrá una segunda aparición (o tal vez una tercera, si se cuenta la reproducción en dibujo que le habrán de dejar a Alicia, el personaje principal de este relato mínimo aunque sugestivo). Alicia es sonámbula y tras la quema de su casa, también huérfana. La violencia política colombiana permanece en fuera de campo, pero el fatídico destino de Alicia está signado por ella. Una tormenta que no es tormenta siempre amenaza, y en algún momento se verá el mango de algunos rifles recostado en un bote. Ella llega entonces en búsqueda de su tío Óscar, un hombre solitario, quien tiene la ayuda de Flora para las tareas cotidianas y que además planea componer “La sirga” y transformarla en un hostel. Los turistas están por llegar, se repite en varias ocasiones. Sucede que “La sirga” está ubicada en las orillas del lago La Cocha, zona andina de Colombia, y es lógico entonces pensar en visitantes extranjeros. Es un lugar extraordinario. Si nunca llegan, la razón es predecible, pero no se enuncia. La Cocha, sin duda, es un ecosistema cinematográfico, y Vega jamás se tienta en filmar ese paisaje como si se tratara de una postal de la virginidad americana; Vega sí incorpora el lago y las montañas al relato como si fuera una entidad misteriosa que afecta a los personajes. No es pintoresca. Dado que la película trabaja sobre la espera, sus acciones son mínimas. La cotidianidad se resuelve en tareas menores, los conflictos son insinuaciones. El tío, y en alguna oportunidad su hijo, espiarán a Alicia desnuda antes de acostarse, aunque el voyerismo permanecerá circunspecto. Vega, en este sentido, toma otra decisión inteligente: la esperada escena incestuosa, típica del cine latinoamericano reciente, jamás llega, como tampoco los turistas. Como Girimunho, El vuelco del cangrejo, Jean Gentil y tantas otras, La Sirga es una película contenida, segura, planificada. Vega tiene talento y lo demuestra en varias ocasiones. Un plano se inicia con Alicia y Flora trabajando y concluye con un hermoso travelling lateral que recorre la casa de izquierda a derecha hasta alcanzar a otro personaje que alimentará a los animales. Hay varias coreografías similares, de lo que se predica un firme sentido y conocimiento del espacio cinematográfico. Un talento al que habrá que seguirle sus pasos. Por Roger Koza, de OtrosCines.com, para Retina Latina

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