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La pasión de María Elena, de Mercedes Moncada Rodríguez

Noviembre 17 de 2016

El debut de la talentosa documentalista Mercedes Moncada Rodríguez vuelve sobre un tema universal como la Justicia. O, también, su postergación infinita. Sucede que la Justicia es un valor absoluto, la postulación de un ideal que tiene como paradójica contrapartida el imperfecto ejercicio de los hombres en su consecución. ¿Qué clama aquí por Justicia? Una circunstancia atroz, la muerte de un niño.

Pero La pasión de María Elena no es una película ortodoxa sobre el tema. La protagonista es una mujer tarahumara, o más bien rarámuri, pues como alguien explica en el film, el primer término proviene de la incapacidad de un español de pronunciar las palabras de los rarámuris. En 1999 una mujer blanca manejaba su camioneta y atropelló a uno de los hijos de María Elena. La descripción del accidente es suficiente para sentir el dolor de la madre, quien después de un tiempo sigue soñando con su hijo e incluso viéndolo. En efecto, una dimensión metafísica desconocida y propia de la cosmovisión de los rarámuris hace que la protagonista interprete sus visiones como auténticas. La madre está convencida de que volverá a ver a su hijo; la resolución de ese anhelo incitará otras formas de exégesis, no menos controversiales que la que la propia María Elena elige adoptar tardíamente. Una forma de ver el film es como un amable ensayo sobre la creencia.

Una de las creencias más interesantes que define la naturaleza del film es el concepto de Justicia que alberga el pueblo al que pertenece María Elena. Moncada Rodríguez reúne los testimonios necesarios para que el concepto sea comprensible. Un conflicto social y la injusticia no es un problema circunscripto a los implicados, sino que es de la comunidad entera. La búsqueda de equilibrio espiritual ordena las discrepancias. De ese modo, la mujer implicada en la muerte del niño irá a juicio público bajo las formas legales de la comunidad. Lo que parece funcionar finalmente encontrará obstáculos. Las apelaciones de María Elena saldrán de la órbita de las reglas comunitarias y alcanzarán hasta la Secretaría de Derechos Humanos de México. Como es de imaginar, la burocracia estatal tiene tiempos incompatibles con la necesidad de quien exige una reparación, y es así como el último tramo del film se convierte en un vía crucis legalista.

Si bien este es el centro narrativo de La pasión de María Elena, la realizadora no deja de entrever el contexto de esta desgracia. Así, los padres de María Elena también participan, como asimismo sucede con otros miembros de la comunidad, quienes permiten asir costumbres y creencias que posibilitan entre otras cosas comprender la razón por la cual la protagonista eligió vivir en Chihuahua hasta que el caso encuentre una resolución.

La delicadeza de la puesta en escena es ostensible: Moncada Rodríguez elige una respetuosa distancia para retratar a los personajes y sus rostros, desarrolla una especial atención para entender el ecosistema en el que viven los rarámuris y no pierde el equilibrio entre ceñirse al drama elegido e introducir una cosmología con su respectivo carácter. Tampoco prescinde de trabajar sobre su registro. Los fundidos elegidos para mostrar la calle en la que tuvo lugar la desgracia o la original idea de utilizar dos secuencias vinculadas con imágenes de trenes para acompañar el testimonio oral de María Elena son impresiones y signos de una directora que tiene algo para decir y sabe también cómo hacerlo.

Por Roger Koza, de OtrosCines.com, para Retina Latina

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El hijo de María Elena, mujer rarámuri de la Sierra Tarahumara, murió atropellado por una mujer blanca que logró deslindarse de su responsabilidad. A raíz

La pasión de María Elena

Archivado en:Reseña Etiquetado con:Cine latinoamericano, Documental, Justicia

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