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Estrellas del sur, de Gabriel González Rodríguez

11

May
2017

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González Rodríguez tiene un propósito claro: constituir un retrato amable e impiadoso de todos aquellos jóvenes que viven en las sombras. ¿Qué significa vivir en las sombras? Padecer una condición de existencia en la que la lógica de la supervivencia ha sustituido cualquier atisbo de vivir con un propósito mayor. ¿Quiénes son los que viven en las sombras? Los postergados, los que apenas pueden encontrar un lugar poco seguro en el sistema social que los suele expulsar, los que se ven rodeados de un orden hostil en el que la policía no protege sino más bien reprime y en el que las bandas delictivas desconocen la compasión. Ese es el mundo de Estrellas del sur, nombre también de un barrio del sur de Bogotá; este el mundo en el que están ubicados los personajes del film, muchos adolescentes que asisten a la escuela con el anhelo a largo plazo de encontrar un mejor lugar en el orden de las cosas y a corto plazo de viajar al mar. En efecto, los jóvenes estudiantes de una escuela humilde quieren viajar a conocer esa infinitud celeste y de un sonido inconfundible. Conocer el océano no es aquí un capricho; es una forma apolítica y poética de concebir un destino breve que no se asemeje al infierno. Lo primero, el mar, puede ser una metáfora, en cambio el infierno poco tiene de figura retórica: en este barrio se mata, se viola, se quiere abortar, se violenta a los débiles, se persigue, se tortura y también se doblega la buena voluntad de los hombres de bien. El film se circunscribe a mostrar la cotidianidad asfixiante de cuatro adolescentes de un colegio y la relación con una profesora de literatura recién llegada. Una humorada casi macabra por parte del director de la institución educativa, dirigida a la nueva y hermosa profesora, es una buena estrategia narrativa: su versión de lo que la docente cree que va a vivir y él suaviza con un inesperado toque humorístico es justamente lo que pasará. González Rodríguez cree en la eficacia de los códigos del género. Este drama social trabaja con convenciones de todo tipo (parlamentos cercanos al kitsch, situaciones reconocibles, formas narrativas bien codificadas, refuerzos estéticos diversos) y se vale de todos los estereotipos porque intuye que la misma realidad está presa de una forma de representación demasiado apegada a estereotipos y situaciones previsibles que se repiten una y otra vez. La circularidad viciosa entre ficción y realidad es indirectamente un gran tema inesperado para la película. Es que en esa fidelidad reside la inmediata aceptación del gran público, si se quiere una virtud comunicativa; en ella también se pueden adivinar las restricciones de un film que prefiere siempre la pedagogía a las peripecias estéticas.

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