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El páramo, de Jaime Osorio Márquez

13

Abr
2016

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La guerra es de por sí el horror en su mayor expresión. En la ópera prima de Márquez, ese horror inmanente tiene un plus trascendente sostenido en un difuso llamamiento a la superstición. El horror que interesa al film es de otra naturaleza. Es por eso que la enunciación del terrorismo es apenas un concepto que engloba y explica la misión que tiene una unidad militar que deambula por las sierras. Los terroristas les pueden parecer hijos del demonio, pero lo demoníaco es aquí otra cosa. En algún momento uno de los soldados dirá que todos son terroristas, declaración lateral que pretende asentar una posición sobre el conflicto armado. Más allá de esa aseveración consciente, no hay en El páramo ningún esfuerzo por esclarecer el contexto histórico y político del enfrentamiento, y a medida que avance la trama el tono del film abandonará la inestabilidad racional que produce la guerra en los combatientes y la sustituirá por un temor metafísico que poco tiene que ver con el combate; es justamente la función que cumple la aparición de una mujer, tal vez guerrillera, pero quizás también, o sobre todo, una bruja. Ambas nominaciones pueden parecer yuxtapuestas según la perspectiva con que se evalúe el rol de esa enigmática presencia femenina que jamás emite una palabra y luce endemoniada, como si fuera un monstruo venido de otro mundo. Lo que está claro es que los soldados la temen; en pocos minutos, el relato les dará la razón. Lo más interesante de El páramo reside en su registro general y en la apropiación estética de la locación elegida. La niebla que a menudo tiñe el paisaje acentúa la abstracción del horror buscado, cuya naturaleza nunca se devela del todo. He aquí el principal acierto del film, que al mantener la indeterminación sobre qué es exactamente lo que aterroriza a los soldados puede obtener algunos efectos deseados del género de terror. El páramo parece una película de guerra, pero su filiación remite a aquel género. La omnipresente banda de sonido como guía e intrusión permanente con fines didácticos para significar unívocamente lo que la lógica visual expone con ostensible evidencia, más algunas licencias narrativas que subrayan los horrores de la guerra, no están a la altura de varias decisiones formales de encuadre y del esfuerzo por mantener la indeterminación del origen del horror principal con el que trabaja la película. Aciertos indiscutibles son la forma con la que Márquez destaca las distintas procedencias sociales de la tropa y aquellos pasajes que comunican con un gesto la vulnerabilidad de los hombres uniformados en el campo de batalla. Por Roger Koza, de OtrosCines.com, para Retina Latina

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