El forastero, la distancia y el punto de vista
Sep
2024
LECCIONES DE CINE LATINOAMERICANO
11 de septiembre de 2024
Sesión 2: Sebastián Kohan (México)
Tema: Cine y migraciones en Latinoamérica
Por Paloma Rincón
“… En cambio, se trató de una generación que le costó construirse a sí misma, porque estaban un poco condenadas y condenados a “ser las hijas e hijos de sus padres exiliados”. Villa Olímpica empezó a ser el espacio donde se hacían la pregunta: ¿Quiénes somos y cómo se cuenta nuestra vida?”
Sebastian Kohan Esquenazi es un documentalista y sociólogo enfocado en temas de migración, identidad y desarraigo, quien ha vivido entre Argentina, Chile y México. Su historia personal marcada por el exilio político, lo lleva a dirigir largometrajes como «Villa Olímpica» (2022) y «Buscando a Panzeri» (2020), así como los mediometrajes «Maquetas Íntimas» (2023) y «Nunca para atrás» (2014). También ha creado las series «Un Gol al Arcoíris» (2017) y «Muerte sin fin» (2020). Su experiencia incluye roles como story producer para series y director periodístico en la biografía de Hugo Sánchez para NAT GEO. «Villa Olímpica», su más reciente producción, fue galardonada como la Mejor Película en SANFIC 2022. Así mismo, ha participado como jurado en festivales como DocsMX y FestCine Guayaquil. Además de su trabajo en cine y televisión, es autor de varios libros de ensayo y ha colaborado como cronista en medios como The Clinic, Gatopardo y la Revista de la UNAM.
En esta segunda sesión de las Lecciones de Cine Latinoamericano 2024, Sebastián Kohan aborda el exilio político desde una perspectiva transgeneracional, basado en su experiencia como hijo de exiliados. A través de su historia familiar, Sebastián explora los desafíos de convertir estas vivencias en cine. La lección aborda cómo la segunda generación de exiliados lidia con las expectativas y traumas heredados de sus padres, mientras buscan contar sus propias historias y procesar sus experiencias. Conversaremos de los retos al reabrir heridas para poder sanar otras y la importancia de entablar discusiones con la generación anterior para poder narrar estas complejas historias en el cine.
Sebastián se formó y trabajó como sociólogo buena parte de su vida, sin embargo su interés por el cine lo condujo a lanzarse a la realización audiovisual. Con la intención de divulgar de manera más libre y efectiva las reflexiones que son posibles desde las ciencias humanas, Sebastián dejó su oficio como sociólogo y desde los 33 años se dedicó a la creación documental. Tomando como eje para toda la sesión su experiencia realizando el documental Villa Olímpica, Sebastián nos introduce a sus ideas.
“Años 70. Una pequeña América Latina en plena Ciudad de México. 30 edificios. 904 departamentos. 3000 exiliados. Hijos de exiliados cuentan su historia y la de la comunidad que tuvo a Villa Olímpica como su lugar en el mundo. Un día, el fin de las dictaduras en el sur. El retorno de los padres es el exilio de los hijos. Dejar todo atrás y empezar de nuevo.”
Patricia Eskenazi, madre de Sebastián, fue en su juventud una periodista que trabajó como reportera para el presidente Salvador Allende. El 11 de septiembre de 1973, cuando el palacio de gobierno chileno fue bombardeado, Patricia con tan solo 21 años fue detenida y posteriormente exiliada, por lo que tuvo que refugiarse en Argentina. En este país conoció al que sería más tarde el padre de Sebastián, un hombre menos politizado que ella, pero igualmente vinculado a las causas sociales a través de su hermano “montonero”. Seis años más tarde nacería en Argentina Sebastián, dentro de un ambiente aún muy agitado por hechos políticos, por lo que la familia se mantuvo clandestina para posteriormente someterse de nuevo al exilio, primero en Paraguay, luego en España y finalmente en México, a donde Sebastián llegó teniendo sólo un año de edad.
Durante 12 años vivieron en México en una especie de gueto llamado Villa Olímpica, junto a otras familias exiliadas, hasta que en el año 1991 a Patricia le ofrecen reintegrarse al Partido Socialista y la familia entera decide retornar a Chile y así acabar con los años de destierro.
Como nos indica Sebastián, en la conciencia de las y los exiliados siempre está presente la idea de volver algún día a su país de origen. Al interior de la Villa Olímpica se había conformado una gran comunidad donde sus integrantes expresaban solidaridad y empatía mutua, pues para todas y todos era común la condición de migrante, compartiendo el deseo de retornar al lugar de origen. Sin embargo, al volver a Chile, Sebastián descubrió que esa solidaridad y comprensión que había experimentado antes, no existía en su país. Para la comunidad chilena él era “El Mexicano” y esa condición de extranjero en su propio territorio, era despreciada en su entorno. El Chile postdictatorial no aceptaba la diferencia y no quería indagar las razones por las cuales esas familias habían sido exiliadas. Una vez restituida la democracia, el socialismo no tenía cabida y el pasado militante era condenado.
Esto produjo potentes traumas infantiles que en principio fueron identitarios, pero que más adelante derivaron en conflictos familiares. Según reflexiona Sebastián, en el momento del exilio, la responsabilidad de la tragedia podía recaer completamente sobre la dictadura, sin embargo, cuando las familias volvieron a su país y encontraron tanta discriminacion y desarraigo, la responsabilidad empezó a asociarse también a los padres, pues habían sido quienes optaron por posturas políticas que pusieron en riesgo no sólo sus vidas sino la de sus hijas e hijos. Este aspecto es fundamental en la reflexión de Sebastián, pues nos presenta la semilla de un conflicto generacional que él analiza a través del cine.
En el año 2017, ya con 37 años de edad, Sebastián volvió a México a trabajar como sociólogo, aunque ya trabajaba también en el campo audiovisual. En ese viaje se reencontró con la Villa Olímpica, el condominio donde habían vivido miles de exiliados y donde él mismo había pasado toda su infancia. Esa Villa había sido la comunidad de exiliados más grande de América y en ese casual reencuentro Sebastián comprendió que debía hacer una película que retratara esa experiencia.
Ese lugar no sólo fue la vivienda para las y los exiliados, sino además permitió la conformación de toda una comunidad fuertemente unida por circunstancias históricas e ideales políticos. Al volver todas estas familias a sus países de origen, esa comunidad se desintegró. Sebastián analiza cómo el regreso de las democracias en América Latina significó por una parte un triunfo y una posibilidad de retorno, pero a la vez implicó la disolución de profundos lazos sociales creados en medio de las experiencias únicas del exilio. Para las niñas y los niños criados en el destierro, el retorno a los países de origen supuso una nueva interrupción en sus vidas.
Una vez identificada la historia de la Villa Olímpica como un documental en potencia, emergieron para Sebastián otro tipo de cuestionamientos propios del ejercicio cinematográfico. La mayor dificultad se encontraba en determinar el punto de vista de esa futura película, pues la historia de la comunidad en el exilio tenía múltiples caras y narraciones. Sin embargo, a través de la investigación y las entrevistas, Sebastián logró encontrar el enfoque de su documental: Villa Olímpica habla de la ruptura que sufrió su generación al momento de regresar a los supuestos países de origen. La película aborda entonces “el exilio en democracia de los hijos de las y los exiliados”.
A partir del encuentro de ese punto de vista, Sebastián comprendió que estaba obligado a tomar postura frente a su propia existencia y es entonces cuando pudo empezar a expresar su mirada como migrante propiamente, pues hasta ese punto la historia del exilio la había narrado teniendo como eje el papel de sus padres. Esto no es un detalle menor, pues las hijas e hijos de exiliados hablan por lo general desde el punto de vista de sus progenitores que a su vez son figuras casi “heróicas”.
El ejercicio de reflexión de Sebastián tuvo por tanto un valor adicional, el de descentrar el discurso “típico” de izquierda que concibe a los ex militantes como únicos protagonistas y héroes, y dirige su atención a las experiencias “secundarias” que encarnaron también un sufrimiento que debe narrarse. Empezar a contar el exilio desde un código propio, desde el trauma infantil, implicó de alguna forma enfrentarse a un relato histórico que necesitaba actualizarse y ampliarse, tanto así que en un punto del proceso Sebastián decidió prescindir del retrato de los padres exiliados dentro de la película.
Todos éstos gestos de emancipación tuvieron una repercusión simbólica muy importante. A través de decisiones cinematográficas, Sebastián pudo descubrir paulatinamente la gran diferencia generacional y la urgencia de que las hijas e hijos de exiliados crearan un relato propio. Ellas y ellos no eran héroes como sus padres, pues en la época en que crecieron ya no había cabida para las grandes revoluciones; el mundo era otro y ser revolucionario no significaba lo mismo. En cambio, se trató de una generación que le costó construirse a sí misma, porque estaban un poco condenadas y condenados a “ser las hijas e hijos de sus padres exiliados”. Villa Olímpica empezó a ser el espacio donde se hacían la pregunta “¿Quiénes somos y cómo se cuenta nuestra vida?”
La película se convirtió también en el vehículo para expresar a sus padres el sufrimiento a raíz de las decisiones que ellas y ellos habían tomado, a su vez que comunicaban sus diferencias respecto al tipo de izquierda que habían encarnado en su época. Aunque Sebastián declara su admiración y respeto por la historia de militancia de sus padres, el documental termina siendo una forma de distanciarse de antiguos tipos de lucha social.
Es fascinante cómo el proceso cinematográfico colabora a iluminar procesos de reflexión. A la vez que Sebastián se cuestiona cómo hacer la película, debe preguntarse a sí mismo: “¿Qué lugar ocupo en el mundo y cuál es mi punto de vista?”. El ejercicio creativo constituye entonces una búsqueda existencial que se enriquece en el hacer.
La tensión entre identidad y desarraigo no es un conflicto único de la vivencia del exilio, sino que tiene resonancia en las múltiples caras del fenómeno migratorio. La población que se ha desplazado y adaptado a un nuevo territorio sabe que al volver a su origen ocurre una especie de trauma. Como lo explica Sebastián, las personas creemos que pertenecemos a una nación, a un lugar, pero éstas experiencias migratorias demuestran que el sentido de pertenencia emerge en los pequeños contextos donde hemos creado comunidad. Lo demás son narraciones y símbolos en los que somos adoctrinados pero que son susceptibles de ser cuestionados.
La experiencia de Sebastián nos habla de un proceso de transformación donde fue fundamental asumir radicalmente su condición migrante. Es decir, para comprender su propia historia tuvo que integrar su experiencia en el exilio, no como un problema a resolver, sino como una herramienta para apropiar la vida de una manera auténtica. Migrar es un proceso irreversible que modifica nuestra percepción y comprensión de la realidad y que, desde la perspectiva de Sebastián, deconstruye el concepto de Estado-Nación.
Es fundamental en ese orden de ideas, liberarnos de ideales patrióticos que se inculcan durante la educación primaria y que tomamos como verdades incuestionables. Villa Olímpica termina siendo entonces una herramienta de pensamiento, una forma de diálogo para poner en crisis esos parámetros rígidos sobre el origen, la identidad, el ser extranjero, etc.
Cuando se quita el valor negativo al concepto de migrante, se puede integrar el enorme potencial que existe en la experiencia de ser un forastero, pues desde esa mirada extranjera podemos darnos cuenta que las leyes de la realidad son arbitrarias y construidas por un poder, y justamente la tarea radica en desmantelar esas ficciones y poderes.
El forastero tiene la ventaja de la distancia, con ella puede cuestionar la normalidad y desde allí abre la puerta al sentido crítico y a la transformación social. La imaginación es más fértil en ese panorama, y con ella es posible crear nuevos arraigos, en el lugar que podamos, pero también en el lugar que queramos.