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Cesó la horrible noche, de Ricardo Restrepo

2

Mar
2017

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El reconocido director de fotografía colombiano Ricardo Restrepo debuta como director. En verdad, se trata más bien de una codirección espiritista. El médico, escritor y cineasta aficionado Roberto Restrepo había filmado antes, durante y después del acontecimiento crucial en la historia de Colombia conocido como el Bogotazo, que tuvo lugar el 9 de abril de 1948 y que diera el puntapié inicial al extenso período llamado La Violencia. Su nieto, que jamás conoció al abuelo, se encontró con los materiales de archivo registrados por él debido a la venta de un inmueble, y decidió organizar un retrato histórico familiar con las reveladoras y desgarradoras imágenes provenientes de 24 latas de 16 mm, en donde cita, además, algunos fragmentos de un diario de su abuelo, que éste llevaba por aquel tiempo. El resultado es magnífico, porque la hermosura y precisión del registro (y del texto) reaniman una época y permiten entrever la genealogía de una sociedad atravesada desde entonces por la violencia (aunque el film sugiere que la violencia tiene más de cinco siglos) Cesó la horrible noche arranca con una pregunta del poeta y ensayista William Ospina respecto de la constitución del Estado colombiano y la violencia, otra referencia textual que también contextualiza para atrás y para adelante una perniciosa forma cívica que tiende a canibalizar el bienestar. Los planos generales del inicio son actuales, y estos también funcionan como un espejo temporal: lo que se verá está en consonancia con el presente. Si bien el abuelo pertenecía a la clase acomodada, sus registros fílmicos y literarios denotaban una preocupación sensible por la asimetría entre los pudientes y los que nada tienen. Restrepo lentifica un segmento en el que se ve a un grupo de personas acomodadas (una legítima forma de editorialización sobre las imágenes de su abuelo) y así transmite esa diferencia y preocupación, que explica las raíces del estallido. Los registros fílmicos son contundentes. El abuelo, a quien se lo ve en algunos segmentos, podrá haber sido un cineasta aficionado, pero tenía un sentido del encuadre y una inquietud por dar cuenta del efímero presente, en el que nunca se sabe cuándo lo que está sucediendo dejará un rastro en la historia. Es evidente que Bogotá lucía serena antes de la irrupción de la violencia, a la que Restrepo se refiere, al igual que su abuelo, como un cataclismo. Esto se corrobora de inmediato con los efectos de los enfrentamientos sociales; la destrucción de edificios y del espacio público sugieren la misma desolación que transmiten las memorias visuales de la Segunda Guerra Mundial. En medio de esos escombros, el comprometido cineasta se movía entre los sobrevivientes con un objetivo preciso: capturar la Historia en el momento en que se siente su estertor e intentar representar los efectos sobre los anónimos transeúntes. Hay un plano medio sobre el rostro de un joven que sintetiza la incertidumbre de un colectivo. Es un instante de cine y humanidad privilegiado. “Cesó la horrible noche”, pero comenzó desde entonces “un largo día que no parece culminar”. Ojalá Restrepo, el nieto, pueda hacer una segunda parte titulada Cesaron las horribles décadas. Por Roger Koza, de OtrosCines.com, para Retina Latina

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