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Bagatela, de Jorge Caballero

2

Mar
2016

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La enorme pila de carpetas y formularios lo dice todo. Juntan polvo, se acumulan, pasan a ser un registro anodino y numérico de historias de vida dramáticas. El “delito menor” es una industria tanto en Colombia como en el resto de América Latina. Y los que pagan el precio de este sistema de grandes penas para pequeños crímenes son los que menos tienen, los desposeídos, los que por diversos motivos no tienen demasiadas posibilidades de defenderse frente a la durísima ley. Bagatela nos muestra una serie de entrevistas a personas que acaban de ser detenidas por delitos menores: posesión de marihuana, venta de CDs ilegales, el hurto de un celular o de un perfume. Todos ellos se enfrentan a penas carcelarias que suenan excesivas: 4, 8, 12 y hasta 16 años de prisión, siempre y cuando no tengan antecedentes, lo cual empeoraría aún más su situación. La mayoría de ellos no tiene salida del entuerto en el que se han metido. Y la Justicia los despacha con la atención casual -y rutinariamente amable- del abogado de turno y la condena de jueces que hasta parecen tomarse su trabajo un poco en broma. Caballero muestra las entrevistas que los acusados tienen con sus defensores, en algunos casos sus deposiciones ante el juez y muestra el laberíntico Centro de Detención, donde miles y miles de personas se someten a situaciones que podrán modificar sus vidas para siempre. Seguramente no todas sean inocentes -de hecho, la mayoría admite su culpabilidad-, pero la condena que les espera es excesiva en relación al delito cometido. La “bagatela” -lo nimio, la menudencia, la nadería, la “cosa o asunto de poco o ningún valor, insignificante, de escasa importancia”, según el diccionario- no sólo refiere a los objetos o hechos cometidos sino a las propias personas que los cometen (o no, según el caso). Esa nimiedad del objeto robado -el CD pirata o el perfume-, enfrentada a las consecuencias del sistema judicial, vuelve “bagatelas”, seres insignificantes, a quienes cometen esos hurtos o delitos. Y la película -seca, justa, prudente, sutil- no hace más que dejar en claro la perversidad de un sistema impiadoso y cruel, que nunca mira más allá de su propio ombligo y es incapaz de poner en contexto los hechos y, especialmente, a las personas que pasan por sus asépticos y burocráticos pasillos. Por Diego Lerer, de OtrosCines.com, para Retina Latina

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