BAFICI 2016: Los independientes del sur
13
May
2016
La 18ª edición llegó con novedades y sorpresas, la más destacada fue la creación de una nueva competencia para películas latinoamericanas. ¿Por qué un festival como el BAFICI decide crear un nuevo espacio competitivo?
Para el cine latinoamericano este no fue un BAFICI (Buenos Aires Festival Internacional de Cine Independiente) como otros. La 18ª edición llegó con novedades y sorpresas, la más destacada fue la creación de una nueva competencia para películas latinoamericanas. ¿Por qué un festival como el BAFICI decide crear un nuevo espacio competitivo?
En principio, la clave pasa por pensar el término independiente y tratar de aplicar el adjetivo con precisión y suspicacia. La gran intuición del director artístico Javier Porta Fouz y sus programadores fue haber identificado un problema: lo que llamamos cine independiente en Argentina, Brasil, Uruguay, Colombia y otros países de la región es cine dependiente de unas cuantas factorías de ayuda a la producción que vienen en cierta medida moldeando las películas latinoamericanas.
¿Quién puede refutar el parecido formal en la mayoría de las películas latinoamericanas? ¿Quién puede negar la evidencia de un cine que vuelve a probar la vetusta fórmula de la pornomiseria, ahora más sofisticada que antaño, casi metafísica? La violencia se ha convertido en una estética, como su inversión flagrante: la bondad de los hombres de la América profunda luce resplandeciente y es todo un tópico de nuestros cineastas.
Contra ese canon de la crueldad del cine latinoamericano, el BAFICI demostró tener buenos reflejos y plantear así una disputa necesaria: ¿Qué significa hoy el cine independiente en la región? Tal vez signifique contradecir una lógica representacional que suele ser incitada en las usinas europeas de financiación y que reproduce un cine adocenado, poco imaginativo y poco vital, que es el que más pasea por festivales y que luego es legitimado por una crítica de cine demasiado asociada a esos mismos festivales.
Según cuentan los propios programadores del BAFICI, la intuición llegó tarde y tuvo que ver con el descubrimiento de una película que resultó ser una indesmentible singularidad: Inmortal, de Homer Etminani. Esta película colombiana -que había pasado inadvertida en las convocatorias de los festivales grandes y terminó ganando el premio principal-, fue el origen de este bienvenido gesto. En efecto, el BAFICI reconoció de inmediato el valor estético y político del film, y así vio la oportunidad de hacer una apuesta. La competencia nació entonces de una prueba empírica de que existía otro cine independiente, muy distinto del llamado cine latinoamericano (global).
De las diez películas de esa nueva competencia, Inmortal brillaba por su rigor formal y pertinencia conceptual. Película antidogmática, ya que cambia sus procedimientos formales cuando lo que sucede en el film lo requiere, fue rodada por un director nacido en Teherán, que elige acompañar a dos personajes para indagar indirectamente sobre la naturalización de la muerte en la vida cotidiana de los habitantes de un pueblo costero colombiano. Los muertos llegan a la costa empujados por la corriente de un río cercano que desemboca en el mar. A veces los cadáveres llegan a la costa, aunque no siempre porque los tiburones pueden intervenir en el destino de los cuerpos. ¿De dónde provienen esos hombres sin vida? De la selva, donde parte de la sociedad colombiana se enfrenta con armas, un grado cero de política que tiene consecuencias fatales.
Etminani sigue pacientemente a Cosme, un bañero que suele recoger los cuerpos de la playa, y también a Hellens, una joven que deja su pueblo natal para ir a buscar el cuerpo de su enamorado que tal vez fue arrastrado por ese río. La muerte está presente de principio a fin, o más bien, los muertos están fantasmática y materialmente con los vivos. El registro es insólitamente poético, y la capacidad para conjurar la sordidez, dado el contexto, es notable. Hay escenas inolvidables. El rostro de Cosme en primer plano y sus collares; los ojos de Hellens reflejando la luz de la luna mientras duerme en un cuarto sola y a oscuras en su eterno periplo rumbo a su marido.
En esta misma sección el premio a la mejor dirección fue para Las calles, de la joven directora cordobesa María Aparicio. Puerto Pirámides es un pueblo fundado a principios del siglo XX. La reconstrucción ficcional de un proyecto concebido en una escuela unos años atrás para nombrar las calles de esa localidad patagónica le permite a Aparicio registrar retrospectivamente los procedimientos discursivos (y orales) con los que se escribe la Historia. Los pobladores ofrecen sus testimonios a los alumnos para identificar las posibles designaciones, y así se descubren singulares relatos migratorios en consonancia con varios capítulos de la historia argentina, además del espinoso esfuerzo de adaptación a una economía ligada al mar.
La gran virtud (humanista) de la película estriba en saber filmar la interacción multigeneracional, razón por la que resulta irrelevante distinguir en este retrato comunal las poéticas propias de la ficción o el documental.
Es pertinente destacar que la peruana Rosa Chumbe, de Jonatan Relayze, obtuvo una mención especial en la Competencia Internacional y su actriz protagónica, Liliana Trujillo, se llevó el Premio a Mejor Actriz. El drama familiar de Relayze, tal vez está más a tono con el cine latinoamericano que suele viajar por todos los festivales de cine, pero no participa de la renacida pornomiseria que parece colonizar el cine de muchos cineastas de nuestro continente.
El cine argentino, por su parte, se quedó por primera vez en los 18 años de historia del BAFICI con los galardones principales de la Competencia Internacional: Mejor Película y Actor para La larga noche de Francisco Sanctis y el Premio Especial del Jurado para La noche. Esta vez sí los realizadores locales fueron profetas en su tierra.
Por Roger Koza, de OtrosCines.com, para Retina Latina